Eulogio Florentino Sanz y Sánchez (Arévalo, 1822-Madrid, 1881)
Texto adaptado de García Valdés, Celsa Carmen, «Eulogio Florentino Sanz y Sánchez», en Real Academia de la Historia, Diccionario Biográfico electrónico (en red, https://dbe.rah.es/biografias/7663/eulogio-florentino-sanz-y-sanchez) y de Wikipedia.es.
Eulogio Florentino Sanz nació en Arévalo (Ávila) el 11 de marzo de 1822 y fue bautizado tres días más tarde en la iglesia de San Juan Bautista de la localidad. Fue hijo de Eusebio Sanz Guerra, abogado natural de Olmedo, y de Josefa Sánchez Notario, natural de Carrascalino en el obispado de Salamanca.
Su madre falleció cuando este tenía seis años y su padre fue internado en el Hospital de San Bernardino en Madrid poco después, acogido de caridad. Pasó a vivir entonces bajo la tutela de un pariente que no supo cuidar de él ni de sus escasos bienes.
Asistió a la escuela en su villa natal y destacó de forma temprana por su talento y su afición a la lectura, sobre todo de poesía, que acostumbraba a declamar. A los dieciséis años inició los estudios de Leyes en la Universidad de Salamanca, ayudado por un tío canónigo, y tres años más tarde pasó a estudiar a Valladolid, donde mantuvo una relación con la hija de un vidriero muy pobre de la Plaza Mayor al que el negocio le iba muy mal. Eulogio Florentino dirigió a una banda de niños para que rompieran a pedradas las ventanas de los locales de la Plaza Mayor mejorando el negocio del padre de su novia. Descubierta la trama, él y sus ayudantes fueron encarcelados.
Se mudó a Madrid “como tantos otros lo hicieron, en busca de gloria y fortuna”, quizá por los problemas que había tenido o por un desengaño amoroso, con escaso capital y solo una carta de recomendación que no consiguió el resultado esperado, pues, presentada a un Grande de España se cuenta la siguiente anécdota:
Los primeros meses en la capital fueron difíciles y durmió algunas noches en los bancos del Prado, como él se vanagloriaba de decir, viviendo por voluntad propia de la madre Casualidad, que, según el catedrático de bohemia Henri Murger, es "agente de negocios de la Providencia, caballero de la aventura y conquistador de lo imprevisto".
Su suerte cambió, consiguió trabajo como corrector de estilo en el periódico El Español y más tarde como periodista, ganando fama como crítico literario. Frecuentó las principales tertulias literarias de Madrid, en las que destacó por su conversación amena y sus ocurrencias, se relacionó así con el mundo de las letras y de la política e hizo buenos amigos. Durante estos años extrenó con gran éxito sus obras teatrales: el drama histórico Don Francisco de Quevedo en 1848 y la comedia Los achaques de la vejez en 1854. Así mismo, en este mismo periodo compuso un soneto que circuló manuscrito por Madrid fomentando la revolución de 1854.
La revolución facilitó que iniciara su carrera política, fue secretario de la Legación española en Berlín, donde se familiarizó con los poetas alemanes como Goethe y Heine que tradujo y dio a conocer en España, fue diputado a Cortes por Alcázar de San Juan entre 1858 y 1863 por el partido Liberal, renunció a varios cargos diplomáticos durante estos años, aunque finalmente aceptó un cargo en Tánger debido a la situación de necesidad económica en que se encontraba.
Se casó con Consuelo Sierra en Cádiz y pasó los últimos años de su vida apartado de la vida pública y amargado por la falta de reconocimiento. Dejó de escribir para el público, aunque: “se pasaba noches enteras llenando cuartillas que, al día siguiente, aparecías desmenuzadas ... todo el caudal de poesía que creaba su orgulloso espíritu, moría al tiempo de nacer”, “su cualidad distintiva era el orgullo. Orgullo de su propio valer llevados hasta la exageración [...] Prefería morirse de hambre que escribir versos que, según él decía, no habían de entender las gentes. Desde que dio al teatro su comedia Achaques de la vejez, juró no escribir más”. Pasó a depender de la generosidad de sus amigos, quienes alaban su integridad moral, pero deploran su debilidad de carácter que le impidió alcanzar las metas que prometían sus comienzos. Murió en Madrid, el 24 de abril de 1881 en el olvido y la indigencia.
Conferencia de José Antonio Bernaldo de Quirós Mateo